EL ECUMENISMO CRISTIANO
El significado de ecumenismo queda bien expresado en la descripción que hace el Concilio Vaticano II del movimiento ecuménico: Por movimiento ecuménico, se entienden las actividades e iniciativas que se emprenden y organizan para fomento de la unidad de los cristianos, según las diversas necesidades de la Iglesia y las diversas circunstancias temporales...
El Concilio Vaticano II, marcó un giro ecuménico en la Iglesia Católica, en cuanto estimuló a todos los católicos a participar en el movimiento ecuménico.
El Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis
Redintegratio, se publicó el 21 de noviembre de 1964, el mismo día de la Lumen
Gentium. La fundación del Secretariado (desde 1989, Consejo) para la promoción
de la Unidad de los cristianos no solamente a promovido una sensibilidad
ecuménica en la redacción de todos los documentos conciliares, sino que ha
dirigido la realización del compromiso católico en el ecumenismo desde la
clausura del Concilio.....
El ecumenismo cristiano es el movimiento o camino emprendido entre todas las
iglesias cristianas hacia la restauración de la unidad. El objetivo final del
camino ecuménico es la experiencia plena de la comunión.
Su base es la materialización del amor como característica fundamental del
llamado cristiano, siendo la unión o unidad entre los 'hermanos' en la fe una
manifestación práctica de este amor. El ecumenismo, desde esta perspectiva,
busca representar en forma real a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, única y
universal, en la cual todos sus miembros están unidos mediante el amor de
Cristo.
El camino ecuménico es, pues, una búsqueda auténtica del verdadero cristiano.
La unión entre hermanos es un don y una tarea de todo discípulo de Cristo.
No obstante el llamado al Ecumenismo repercutió en las iglesias de muy variadas
maneras, dividiendo a las mismas entre las que creen en este intento de unidad
y las que lo consideran como una pérdida de su considerada propia universalidad
o corrección.
Dios en su gracia se vuelve a nosotros. Nosotros respondemos con fe, actuando con amor.
Anticipamos la venida, la plenitud de la
presencia de Dios en toda la creación volverse a Dios significa inevitablemente apartarse de otras cosas, de todos
los ídolos que exigen nuestra devoción hoy. Los ídolos de madera y de piedra
denunciados por el profeta Isaías (40,9-20), han sido reemplazados por cosas
mucho más insidiosas y seductoras: por sistemas de ganancia material y social
que recompensan la codicia más que la generosidad; por sistemas políticos y
económicos que recompensan a los que ya tienen, a expensas de los que no
tienen; por sistemas culturales y psicológicos que recompensan hábitos de
dominio y de control en lugar de cooperación, de compartir y de solidaridad.
Al vivir en un contexto cultural y social participamos inevitablemente en sus
sistemas de valores, de control y de recompensa; y tenemos intereses en nuestra
propia opresión por el pecado. Por ello, el llamamiento a "buscar a
Dios" siempre es una exhortación al arrepentimiento, a abandonar
deliberadamente los valores dominantes de nuestra sociedad.
Ese "buscar a Dios", ese "volverse a Dios" afecta a todos
los aspectos de nuestra vida y a todos los aspectos de nuestras relaciones.
Exige una nueva espiritualidad, expresada no sólo en actos devocionales
personales, sino en una forma de vida orientada hacia el Dios vivo.
Mediante ese "arrepentimiento", al dejar de considerarnos el centro
de nuestra propia vida, establecemos una nueva relación no sólo con nosotros
mismos sino también con nuestro prójimo.
¿Y cómo hemos de "volvernos a" nuestro prójimo? En la misma forma en
que Dios se volvió a nosotros, con ternura y amor.
La medida de nuestra esperanza cristiana es que nació y ha florecido frente al
rechazo y a la muerte. Esto ha sido posible porque la esperanza sabe de quién
depende, y de quién nosotros dependemos: del Dios que actuó en Jesucristo por
el poder del Espíritu Santo, y que nos prometió que al final no nos abandonará
ni nos destinará a la destrucción.
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